En el viaje a Jujuy, después de recorrer las bodegas de altura de la Quebrada de Humahuaca, la ruta del vino nos llevó a un punto inesperado: Monterrico, en el llamado valle templado, a apenas 30 kilómetros de San Salvador de Jujuy. Allí se encuentra Bodega El Molle, un proyecto que no solo sorprende por su ubicación —a 600 msnm, muy lejos de los paisajes de altura que solemos asociar con los vinos jujeños—, sino también por su historia.
La bodega, propiedad de Silvia y Daniel Kuba, nació de una transformación radical: pasó de ser un antiguo secadero de tabaco a convertirse en una bodega moderna, con viñedos propios a solo cuatro kilómetros de distancia. “Acá empieza la ruta del vino de Jujuy”, nos dijeron apenas llegamos, y esa frase resumió lo disruptivo del lugar.

No estábamos frente a otra bodega de altura, sino en el epicentro de los llamados valles templados, una zona con condiciones diferentes que abre una nueva puerta para los vinos de la provincia.
La historia de Bodega El Molle está marcada por los recuerdos de familia. Grapin, el padre de Silvia, estaba vinculado a la viticultura, y su nombre hoy da identidad a las etiquetas de la bodega. “Queríamos hacer un proyecto que retomara esa historia, que uniera el pasado familiar con una propuesta actual”, cuentan. En 2020, en plena pandemia, armaron la bodega en lo que antes eran los secaderos de tabaco y comenzaron a vinificar su propia uva.
Hoy, con capacidad para elaborar hasta 20 mil litros anuales, trabajan de manera orgánica en el viñedo y producen vinos jóvenes, frescos y sin paso por madera, con un claro perfil gastronómico. El asesoramiento técnico está a cargo de Santiago Labarta, enólogo y agrónomo, quien acompaña el desarrollo de los viñedos y el estilo de los vinos.

Actualmente, Bodega El Molle tiene cuatro etiquetas en el mercado bajo la línea Grapin, con la idea de llegar a siete en el corto plazo. En su finca cultivan torrontés, viognier, sauvignon blanc, cabernet franc, malbec y tempranillo, a partir de los cuales elaboran vinos que destacan por su frescura y expresión directa.
Durante la visita, probamos los vinos en el mismo espacio donde antes se secaban hojas de tabaco, hoy reconvertido en sala de degustación:
- Grapin Naranjo: de cuerpo medio y buena frescura, muestra notas de fruta blanca y durazno amarillo, con un perfil jugoso y muy bebible.
- Grapin Corte de Blancas: combina cítricos, fruta blanca y un delicado toque floral; al fondo, un dejo sutil que recuerda al tabaco seco, casi como un guiño al pasado del lugar.
- Grapin Rosado de Malbec: fresco, con fruta roja y buena acidez. Su leve dulzor redondea un vino ideal para aperitivos.
- Grapin Cabernet Franc: herbal, franco y directo, con fruta roja, acidez media y buena textura en boca. Una versión fresca y despojada del varietal.
Todos mostraron un hilo conductor: vinos francos, fáciles de tomar y claramente pensados para acompañar la gastronomía.


Bodega El Molle no solo aporta diversidad a la escena vitivinícola de Jujuy: también inaugura una categoría distinta dentro de la provincia. Con su ubicación en los valles templados y su estilo de vinos jóvenes y frescos, plantea otra cara del vino jujeño, más cercana en geografía y concepto al consumidor.
Recorrer sus instalaciones —con ese contraste entre la historia tabacalera y la modernidad enológica— y probar sus vinos en el mismo lugar donde todo comenzó es, sin dudas, fue una experiencia que redondeó un gran viaje para conocer el mapa del vino en Jujuy.

A simple vista se nota que Bodega El Molle nació con espíritu familiar y que hoy tiene todo para marcar el pulso de una zona llamada a crecer.
Salir de Bodega El Molle es, también, salir de los lugares comunes del vino jujeño. Y es imposible no pensar que, con proyectos así, la provincia sigue demostrando que su diversidad no tiene techo.
Pueden leer más notas de lo que fue el viaje a Jujuy desde este link. Salú!
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