Siempre me gustaron los lugares que tienen algo de secreto. Que esconden más de lo que muestran a simple vista. Hace unos días me di el gusto de conocer Anasagasti, una propuesta con varias capas, literalmente.

Desde la calle el cartel apenas se deja ver, pero adentro, detrás de una casona de estilo Tudor, se despliega un verdadero universo gastronómico.

Y es que cada tanto en este espacio hay algún post de gastronomía que voy dejando acá y en este caso es para contarles cómo me fue en Anasagasti hace unas noches atrás.

Llegué para probar la experiencia Omakase pero terminé quedándome un poco más. Como quien dice, “ya que estamos…”. Y la decisión fue más que acertada: 8 pasos increíbles y cierre con dos cócteles en el bar de la planta baja, todo en la misma noche.

Anasagasti se presenta como un espacio que toma influencias de los clubes privados londinenses y las mezcla con lo mejor de la gastronomía. El resultado es un concepto elegante pero descontracturado. En la planta baja funciona el bar, un verdadero templo de la coctelería clásica y de autor, donde la boiserie de pinotea, el cobre y la cristalería tallada te transportan. Ideal para arrancar o cerrar la noche.

El primer piso está destinado al restaurante, con estética que mantiene el estilo sofisticado: cortinas de terciopelo, mesas de mármol y una carta corta pero contundente con platos que juegan entre lo clásico y lo moderno.

Y en el último piso, una sala oscura, íntima, con luces cálidas y vegetación que suaviza el ambiente: allí sucede el omakase. Ocho pasos, sin carta, todo en manos del itamae.

La carta del bar
La carta del bar

El Omakase fue una experiencia completamente entregada a los productos del día. Niguiris impecables, piezas fresquísimas, combinaciones con equilibrio. La secuencia fue ágil, el servicio atento y el espacio muy cómodo para desconectar.

Más allá del detalle técnico de cada bocado, lo que se siente en Anasagasti es un ritmo agradable, sin pretensiones forzadas.

El foco está puesto en la materia prima y en disfrutar con calma. El mar en su mejor versión.

Después del Omakase bajé a la planta baja para conocer el bar. Y es, tranquilamente, uno de los mejores secretos de la zona. Sillones Chesterfield, música justa, y una carta de cócteles extensa que combina clásicos, tragos de autor y una selección de destilados importados que no se suele ver todos los días.

Probé el “Napoleón”, que combina cognac Hennessy VOSP, whisky escocés, drambuie y humo (!) de Lapsang Souchong.

Y cerré con el “Dulce Victoria” que combina whisky escocés Chivas 12, dulce de lecha, jugo de lima y laurel.

Para acompañar hay opciones interesantes de tapeo moderno: hummus, mini tortillas, samosas de boniato y sushi. Un cierre relajado, ideal para estirar la salida sin apuros.

El Esteco Old Vines Criolla
El Esteco Old Vines Criolla

Anasagasti no es solo ir a comer. Es un espacio para elegir qué experiencia querés tener: podés ir directo al bar, quedarte en el restaurante y probar platos como mollejas al kamado o magret de pato con terrina de mandioca, o, como en mi caso, probar la experiencia Omakase.

La carta de vinos, por cierto, merece mención aparte: etiquetas clásicas y rarezas de todas las regiones vitivinícolas, desde Salta hasta Río Negro. La experiencia la acompañé con Montequieto Rosé y El Esteco Old Vines Criolla.

En conclusión, ya sea que vayas en plan Omakase, comida de restaurante o solo a la barra, la sensación es la misma: en Anasagasti se puede comer bien, tomar mejor y desconectar un rato del ruido de la ciudad.

Mi recomendación es simple: vayan con tiempo, combinen al menos dos de las propuestas y disfruten de una experiencia muy completa.

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