En una calle tranquila de Belgrano, casi escondido frente a la estación Colegiales, Dieztreinta parece uno de esos lugares que uno descubre por azar y luego guarda celosamente para sí. Pero detrás de esa fachada sobria se esconde un espacio que rompe moldes: un restaurante, sí, pero también un laboratorio creativo donde la gastronomía, el vino y la música dialogan sin etiquetas ni solemnidad.
El proyecto lleva la firma de Eliseo Martínez, chef, productor musical y artista visual. Su huella está en cada rincón, desde el concepto de la carta hasta el último vinilo que suena en la bandeja. Con años de experiencia en el Caribe y un recorrido que lo llevó a cruzar técnicas, culturas y sabores, Eliseo entiende la cocina como un territorio de libertad.


La propuesta gastronómica se mueve en el terreno de lo estacional y lo inesperado. Esa noche, la propuesta del equipo de Dieztreinta fue transistar un Omakase.
Así, la cena arrancó con un tartar de pesca tan fresco como preciso, seguido por alcauciles asados con puré de coliflor que equilibraba intensidad y delicadeza.


A eso le siguió un curry de langostinos que se ganó el podio de la noche. Cada plato tiene algo de sorpresa: texturas que cambian en boca, guiños a sabores porteños y técnicas modernas que conviven sin pedir permiso.
No hay rigidez ni etiquetas; es una cocina pensada para compartir y disfrutar. El menú se adapta al ritmo de la temporada, y eso le imprime un pulso vivo, casi como si cada visita fuese un capítulo distinto.


La carta de vinos es un viaje paralelo.
Más de veinte etiquetas de baja y mediana intervención, elegidas de pequeños y medianos productores de todo el país, invitan a recorrer la diversidad vitivinícola argentina con una mirada fresca y poco convencional. Nada de largas listas abrumadoras: la selección está pensada para acompañar el espíritu del lugar y abrir la puerta a etiquetas que no siempre aparecen en los radares más masivos.


En copa, probamos un blend de blancas de paso fresco y un tinto de Ernesto Catena que hacía juego perfecto con el recorrido propuesto. Todo servido con esa mezcla justa de conocimiento y descontractura que hace que el vino se sienta cercano, no ceremonial.
La música es un capítulo aparte. No hay playlists digitales ni hits repetidos: acá todo suena en vinilo. Funk, soul, jazz, afrobeat, reggae, disco y rarezas que hacen que la experiencia tenga un pulso propio. La colección, curada por el propio Eliseo, construye un clima que va mutando a lo largo de la noche y que convierte la cena en algo más que un momento gastronómico.

La estética acompaña: paredes de ladrillo, guiños industriales, cocina a la vista, luz cálida y una barra que invita a quedarse después de comer, copa en mano, dejándose llevar por la música.
En un barrio donde conviven clásicos porteños y nuevas propuestas, Dieztreinta se planta con una personalidad fuerte. Es sofisticado sin ser pretencioso, creativo sin perder el eje en el disfrute, y lo suficientemente versátil como para que cada experiencia sea distinta.
Dieztreinta no es solo un restaurante: es un espacio para quedarse, para escuchar, para probar y para dejarse sorprender. Un secreto que, inevitablemente, dan ganas de contar.
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